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Deseo agradecer con el corazón a todos quienes nos han escrito, hablado, apoyado, obsequiándonos palabras de aliento, tanto a mí como a mi hermana Libertad Blanco. A la familia, amigos, colegas, conocidos. A toda la gente bella que nos acompaña y sostiene. Muchas gracias. He leído todos sus mensajes. Los iré respondiendo uno a uno, en la medida que den las fuerzas y los ánimos.

A todos quienes apreciaban a mi madre, Aida Morales, a todos ustedes les extiendo un abrazo fuerte. Muy fuerte.

Nos tomó por sorpresa su partida. Inesperada. Instantánea.
Si había alguien que rebozaba alegría, se cuidaba, mantenía salud y gozaba de energía extra, esa era ella. En estos tiempos de cuarentena, estaba en casa, activa. Aprovechó los días de “distanciamiento” para culminar un libro y estaba a punto de concluir otro, con sus memorias de vida. Daba clases en linea. Seguía planificando sus tareas y proyectos para los restaurantes y hoteles a los que asesoraba. Estaba ahí para todo el que requiriera de un consejo, una asesoría, de apoyo.

Esa mujer guerrera no sólo fue mi madre y amiga, fue también amiga y muchas veces, madre postiza, de decenas de estudiantes universitarios, de pasantes de nutrición y enfermería, de residentes de pediatría que llegaban a Tabasco desde tierras lejanas. Una guerrera con enorme espíritu de servicio, de entrega. Que no le asustaba decir lo que pensaba y actuar en consecuencia, así le costase, a veces, caro, muy caro.

Una mujer que nos enseñó a NO darse por vencidos. A usar las alas. A volar.

Siempre me decía: Si te caes, te levantas, te sacudes, te pones “curita” y a seguir adelante, con la frente en alto.

Habían algunas cosas que me consta, la hacían sufrir:
-Ver potencial en otros y que no lo usaran.
-Observar al que no deseaba crecer, aún cuando quisiera y estaba dispuesta a dar todo por ayudarles, y preferían sumirse en el miedo, ignorancia y/o la mediocridad.
-La falta de interés de muchos, por dar lo mejor a su comunidad. Y el interés de otros tantos, de aprovecharse de la comunidad.

Superación y crecimiento eran sus estandartes. Siempre aprendiendo. Siempre compartiendo y enseñando. Siempre sirviendo. Incansablemente activa. Mujer de ideales y de acción.

Era capaz de quedarse sin nada por dárselo a otros, quienes lo necesitaran.

Algunos le conocieron por sus tareas como docente, otros, como emprendedora, muchos más como nutrióloga, otros tantos como consultora en materia de calidad alimentaria y distintivo “H”, y muchos, muchos, como colega y buena amiga. Ya no digamos, hermana, tía o abuela. Una abuela generosa, afectuosa y extremadamente consentidora.

Para mi hermana y una servidora, será siempre, nuestra querida madre, quien en ocasiones, parecía más una amiga rebelde. Nos impulsó a crecer, madurar y ser responsables desde muy temprana edad.

Tuvimos nuestras diferencias. Como todos en esta vida. Aún así, la Luz siempre brilló y como las estaciones del año, la primavera hacía florecer nuestros corazones, con honestidad y compasión.

A ti, madre… A ti, amiga Aída, hasta donde estés te envío mi amor. Te agradezco infinitamente por todo. Absolutamente todo. Celebro tu vida.

Ayer, caminando entre los trigales, veniste a mi. Y recogí una espiga en tu honor.

Con los ojos del alma, espiga dorada, pentafásica, te imagino bailando un vals entre las estrellas luminosas del universo infinito, acompañada dulcemente del Caballero Águila.

– Tania Blanco, su hija.